martes, 12 de agosto de 2025

Test de embarazo


Achtungato siempre había sido un gato bastante sereno, pero aquella mañana su bigote temblaba de emoción. Su esposa, una gata rusa de pelaje suave como la nieve, llevaba unos días con un comportamiento diferente. No era nada preocupante: se levantaba con una sonrisa más dulce de lo habitual, parecía tener más sueño, y, de vez en cuando, se quedaba mirando al horizonte con un aire pensativo. Achtungato, curioso como siempre, comenzó a sospechar que algo grande estaba por suceder.

Una tarde, mientras compartían una taza de té caliente, ella le dijo con voz suave:
—Creo que es hora de hacer una prueba… un test de embarazo.

Las palabras cayeron en el aire como si fueran campanitas de alegría. Achtungato parpadeó, sorprendido y a la vez ilusionado. No se trataba de un simple rumor o una posibilidad vaga: ahora había que confirmarlo. Y aunque él era un gato bastante racional, su corazón ya se había adelantado imaginando una camada de pequeños gatitos correteando por la casa.

Así que, sin perder tiempo, fueron juntos a la farmacia. Achtungato, con su elegancia felina, se aseguró de elegir un test confiable. La dependienta, al ver a aquella peculiar pareja, les sonrió amablemente, aunque con cierta curiosidad por ver a un gato y una gata rusa tan serios en una misión así.

Ya en casa, su esposa siguió las instrucciones con cuidado. El test requería unos minutos para mostrar el resultado, y esos minutos parecían una eternidad. Achtungato no dejaba de caminar de un lado a otro, moviendo la cola de forma nerviosa, como si estuviera esperando el desenlace de un partido muy importante.

Finalmente, el resultado apareció: dos líneas. Claras, firmes, sin lugar a dudas. Su esposa lo miró, y en sus ojos brilló la confirmación. Achtungato sintió cómo una ola de felicidad le recorría el cuerpo. No solo sería padre, sino que pronto la casa se llenaría de nuevas vidas.

—¡Vamos a tener gatitos! —exclamó, abrazándola con ternura.

Durante los días siguientes, la emoción no disminuyó. Ahora quedaba una pregunta aún más intrigante: ¿cuántos gatitos nacerían? Él sabía que en las camadas podía haber desde uno hasta varios, y la idea de descubrirlo le llenaba de expectación. Decidieron que, en su próximo control veterinario, pedirían una ecografía para conocer el número exacto.

Mientras tanto, Achtungato comenzó a prepararse mentalmente para su nuevo rol. No era la primera vez que cuidaba de otros gatitos —pues había ayudado a amigos y familiares antes—, pero esta vez sería diferente: serían sus propios hijos. Pensaba en cómo organizar la casa, dónde colocar las camitas, y qué medidas de seguridad tomar para que los pequeños no se metieran en problemas cuando empezaran a explorar.

La noticia también generó reacciones en su círculo cercano. Sus amigos lo felicitaban, algunos con bromas sobre que pronto tendría que madrugar más y dormir menos. Su familia estaba encantada, y todos querían saber si los gatitos tendrían el pelaje blanco de su madre o alguna mezcla con el suyo.

Mientras tanto, su esposa, con esa calma característica, disfrutaba del momento. Achtungato se esmeraba en cuidarla más que nunca: preparaba comidas nutritivas, aseguraba que descansara lo suficiente y la acompañaba en paseos suaves para que se mantuviera activa. Sabía que el embarazo, aunque lleno de alegría, también requería atención y cuidado.

En medio de todo esto, Achtungato reflexionaba sobre lo curioso que era cómo un pequeño objeto, un simple test de embarazo, podía cambiar tanto la perspectiva de la vida. Aquella cajita con una tira reactiva había sido el puente entre la incertidumbre y la certeza, entre la suposición y la confirmación de una nueva etapa.

La espera para saber cuántos gatitos tendrían se hacía larga, pero él disfrutaba cada instante. Cada día imaginaba diferentes escenarios: tal vez serían dos, jugando juntos en el salón; o quizás cuatro, llenando la casa de pequeñas huellas y travesuras. Se reía solo al pensar en el caos adorable que se avecinaba.

Cuando llegó el día de la ecografía, fueron juntos al veterinario. Achtungato, aunque intentaba mantener su compostura, no podía evitar mover la cola con impaciencia. El veterinario, un profesional amable, comenzó la revisión y, en cuestión de minutos, sonrió.

—Van a ser… —pausó para aumentar la tensión— nueve gatitos.

La noticia llenó la sala de un calor especial. Achtungato y su esposa se miraron, felices. Nueve nuevas vidas, nueve nuevas personalidades, nueve historias que empezarían muy pronto.

De camino a casa, Achtungato ya hacía planes: nombres, juguetes, lugares para que cada uno durmiera. Sabía que, aunque el trabajo sería mucho, la recompensa sería incalculable. Aquella familia felina estaba a punto de crecer, y todo había comenzado con la decisión de hacer un simple test de embarazo.

En sus pensamientos finales, Achtungato comprendió que la felicidad muchas veces empieza con pequeños pasos, y que a veces basta una línea, o dos, en un pedazo de papel para abrir la puerta a un futuro lleno de amor y nuevas aventuras.


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