Achtungato siempre había sido un gato precavido en casi todo. En su casa en Lima, cuidaba que la despensa estuviera siempre llena, que sus herramientas estuvieran ordenadas y que la nevera mantuviera los ingredientes frescos para cocinar. Sin embargo, cuando se trataba del tema del seguro de auto, las cosas eran distintas. No es que fuera un irresponsable, sino que nunca le había convencido del todo la idea de pagar todos los meses o una vez al año por algo que, según él, “quizás nunca vaya a necesitar”.
La historia comenzó cuando, después de un tiempo usando transporte público y taxis, decidió comprarse un auto propio. Quería la libertad de ir a donde quisiera, sin depender de horarios ni de conductores. Su elección fue un coche compacto, económico, perfecto para moverse en la ciudad y estacionar en espacios pequeños. Lo cuidaba como si fuera un tesoro: lo lavaba cada fin de semana, revisaba el aceite y el agua del radiador con frecuencia, y lo guardaba en un estacionamiento techado para evitar el sol intenso.
Un día, mientras conversaba con un amigo, surgió el tema del seguro.
—¿Y ya le pusiste seguro a tu carro? —preguntó el amigo.
—No —respondió Achtungato—. No estoy muy convencido de eso. Al final es como
regalarle dinero a la aseguradora cada año.
—Bueno, hasta que un día lo necesites —replicó su amigo—. Y créeme, es mejor
tenerlo y no usarlo, que necesitarlo y no tenerlo.
Esa frase se le quedó rondando en la cabeza, pero aun así no estaba convencido. Para él, el problema era que las aseguradoras parecían cobrar mucho por una cobertura que, en la mayoría de casos, no se usaba. Y cuando se usaba, siempre había letra pequeña, deducibles, exclusiones y mil detalles que podían complicar el cobro.
Achtungato decidió investigar por su cuenta. Comparó precios, coberturas y beneficios de distintas aseguradoras. Algunas ofrecían asistencia en carretera, reemplazo de vehículo temporal y cobertura contra robo total. Otras tenían primas más bajas, pero menos beneficios. Lo que le fastidiaba era la obligación de pagar un monto fijo aunque no hubiera tenido ningún accidente.
Durante semanas, seguía yendo en su coche sin seguro, aunque con un poco de nervios cada vez que salía a manejar. No es que fuera un conductor imprudente: al contrario, era cauteloso, respetaba las señales de tránsito y evitaba rutas peligrosas. Sin embargo, sabía que los accidentes podían ocurrir incluso si uno hacía todo bien. Bastaba con que otro conductor se equivocara para que las cosas se complicaran.
Un sábado, mientras estacionaba en un centro comercial, un auto que retrocedía sin mirar le rozó el parachoques. El daño fue mínimo, apenas un rayón, pero la experiencia le hizo pensar en lo que podría pasar si el golpe hubiera sido más fuerte. El otro conductor se disculpó y, como el arreglo era barato, Achtungato lo pagó de su bolsillo. No hubo mayor problema, pero esa noche reflexionó: “Si esto hubiera sido algo serio, estaría en un buen lío”.
Con ese pensamiento, volvió a revisar ofertas de seguros. Empezó a verlos no solo como un gasto, sino como una especie de “plan de contingencia”. Tal vez era cierto que la mayor parte del tiempo no lo usaría, pero el día que lo necesitara, podría ahorrarse un problema enorme.
Aun así, su desconfianza no desaparecía. Pensaba en todos esos casos que había escuchado, donde las aseguradoras ponían trabas para pagar. No quería ser una víctima más de un contrato mal redactado o de condiciones poco claras. Por eso, antes de firmar cualquier póliza, se tomó el tiempo de leer todo: desde la cobertura contra accidentes hasta los límites para daños a terceros y el tipo de asistencia que ofrecían.
Finalmente, encontró una opción intermedia: un seguro básico que cubría accidentes y daños a terceros, con una prima razonable y un deducible que no era exagerado. No incluía todos los lujos de otros planes, pero al menos le daba una protección mínima y la tranquilidad de no quedar completamente desamparado.
El primer mes que pagó la prima, todavía le dolió el bolsillo. Pensaba: “Esto es como pagar por algo invisible, algo que quizás jamás vea en acción”. Sin embargo, poco a poco empezó a verlo como un gasto fijo más, como el pago de la luz o del agua. Y aunque seguía sin gustarle la idea, aceptaba que era una medida de seguridad.
En una ocasión, durante un viaje corto fuera de la ciudad, el coche tuvo una falla mecánica y se detuvo en medio de la carretera. No fue un accidente, pero el seguro incluía asistencia en carretera. Bastó una llamada para que enviaran una grúa que lo llevó hasta un taller. En ese momento sintió que, al menos por esa vez, el gasto había tenido sentido.
A pesar de eso, Achtungato sigue manteniendo su opinión: los seguros son un mal necesario. No son algo que disfrute pagar, pero en un mundo donde las carreteras están llenas de imprevistos y conductores distraídos, es mejor tener uno que arriesgarse a enfrentar un problema mayor. En su caso, sigue prefiriendo un plan básico, sin pagar extra por coberturas que rara vez usaría.
En conversaciones con otros conductores, comparte su experiencia y advierte: “No se dejen llevar solo por el precio. Lean todo el contrato, pregunten qué está incluido y qué no. Y si encuentran algo que no entienden, pidan que se los expliquen. No es cuestión de pagar y confiar ciegamente”.
Su esposa, que no conduce pero a veces lo acompaña en sus viajes, respira más tranquila sabiendo que, si algo pasara, tendrían respaldo. Sus hijos también han notado que ahora papá conduce con un poco menos de tensión, aunque igual sigue alerta.
Hoy, Achtungato sigue creyendo que, en un mundo ideal, uno no necesitaría seguros. Que bastaría con manejar bien y cuidar el auto. Pero sabe que vivimos en un mundo real, lleno de imprevistos. Así que, aunque no le convence mucho, mantiene su póliza activa y la renueva cada año. No lo hace con entusiasmo, pero sí con la certeza de que, llegado el momento, podría ser lo que marque la diferencia entre un problema solucionable y un desastre económico.
En resumen, para Achtungato, el seguro de auto es como un paraguas caro que llevas aunque no haya nubes. Fastidia tenerlo guardado todo el tiempo, pero el día que llueva fuerte, agradecerás no haberte mojado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario