sábado, 5 de julio de 2025

¿Por qué es tan caro viajar en avión al extranjero?

Viajar en avión al extranjero se ha convertido en un sueño costoso para muchas personas, y Achtungato no es la excepción. Cada vez que revisa el precio de un pasaje internacional, siente que la cifra que aparece en la pantalla no tiene sentido. Para él, es difícil entender cómo un trayecto de unas pocas horas puede costar lo mismo —o incluso más— que un mes entero de salario en algunos países. Esa sensación de injusticia le lleva a reflexionar a fondo sobre las razones detrás de los elevados precios y, sobre todo, sobre por qué no está de acuerdo con que sea así.

Una de las primeras cosas que Achtungato considera es el costo operativo de una aerolínea. Los aviones no son precisamente baratos de mantener: requieren revisiones constantes, combustible en grandes cantidades y personal especializado tanto en tierra como en aire. Sin embargo, aunque entiende que esto tiene un precio, no logra justificar que el costo final para el pasajero sea tan alto, especialmente cuando sabe que, en muchas rutas, las aerolíneas inflan los precios por la simple razón de que pueden hacerlo. La oferta y la demanda juegan un papel clave, pero en la práctica, esto termina afectando al viajero promedio que solo quiere ir a conocer otro país o visitar a sus seres queridos.

Otra razón que identifica es el monopolio en ciertas rutas. En algunos destinos internacionales, hay muy pocas aerolíneas operando, lo que significa que no existe una competencia real para bajar los precios. Achtungato lo ve como un juego desigual: el pasajero no tiene muchas opciones y, por lo tanto, debe aceptar las tarifas elevadas o resignarse a no viajar. Esto, a su juicio, es una de las principales razones por las que volar al extranjero puede costar hasta el doble o triple que viajar dentro del mismo país.

Los impuestos y tasas aeroportuarias también son un factor determinante. Cada boleto internacional incluye cargos adicionales que muchas veces no se explican con claridad. Desde tasas de seguridad hasta impuestos de salida, suman una cantidad considerable que eleva el precio final. Achtungato no discute la necesidad de mantener aeropuertos seguros y en buen estado, pero sí cree que estas tarifas están infladas y no siempre corresponden a un servicio de calidad. En algunos aeropuertos, las instalaciones dejan mucho que desear, y aun así se cobran como si fueran de lujo.

Además, está el tema del combustible. El precio del petróleo, que es fundamental para la aviación, fluctúa constantemente. Cuando sube, las aerolíneas suelen aumentar de inmediato sus tarifas para cubrir el gasto adicional, pero Achtungato ha notado que, cuando el precio del petróleo baja, rara vez se reflejan esos ahorros en los boletos. Es como si las aerolíneas estuvieran siempre listas para cobrar más, pero nunca para cobrar menos.

Achtungato también ha observado que muchas aerolíneas aplican un modelo de precios dinámicos, lo que significa que el costo del pasaje puede cambiar varias veces en un solo día según la demanda. Esto provoca que el mismo asiento, en el mismo vuelo, pueda costar montos muy diferentes para distintos pasajeros. A sus ojos, este sistema es injusto, ya que castiga a quienes no pueden comprar con anticipación o no tienen el tiempo de estar vigilando las tarifas.

Las temporadas altas son otro punto crítico. Durante vacaciones escolares, feriados largos o festividades internacionales, los precios se disparan. Achtungato cree que, en lugar de ser una simple respuesta al aumento de demanda, muchas aerolíneas aprovechan para maximizar ganancias de forma excesiva. Esto deja fuera a muchas familias que quisieran viajar en esas fechas, pero no pueden pagar el sobreprecio.

No todo se reduce a los boletos en sí. Incluso cuando se encuentra una oferta relativamente buena, los costos adicionales como equipaje, selección de asiento, comidas y otros servicios terminan sumando cantidades que hacen que el “precio bajo” desaparezca. Achtungato considera que este modelo de negocio, que aparenta ser accesible pero luego añade cobros ocultos, es una estrategia engañosa que no favorece al pasajero.

Por otro lado, también está el hecho de que los vuelos internacionales suelen implicar más requisitos legales y de seguridad que los nacionales. Esto incluye controles migratorios, verificaciones de pasaporte y medidas adicionales que requieren más personal y recursos. Sin embargo, Achtungato insiste en que, aunque esto pueda justificar parte del precio, no debería representar la diferencia abismal que a veces se ve entre un vuelo interno y uno al extranjero.

Otro aspecto que le molesta es que los programas de fidelidad y millas aéreas, que supuestamente sirven para ahorrar, están diseñados de forma que muy pocas personas realmente logran canjear boletos gratis. Entre fechas bloqueadas, requisitos de puntos elevados y cargos adicionales, lo que en teoría es un beneficio termina siendo más una trampa de mercadotecnia.

En su análisis, Achtungato llega a la conclusión de que el problema no es únicamente económico, sino también de filosofía empresarial. Muchas aerolíneas priorizan maximizar beneficios en lugar de fomentar que más personas puedan viajar. El turismo internacional podría crecer exponencialmente si los precios fueran más razonables, beneficiando a aerolíneas, países receptores y viajeros por igual. Sin embargo, la industria parece preferir pocos pasajeros que paguen mucho antes que muchos pasajeros que paguen un precio justo.

Achtungato, que ha soñado con visitar varios países lejanos, sabe que debe planificar con meses —o incluso años— de anticipación para poder costear un viaje internacional. Busca ofertas, revisa aerolíneas menos conocidas y considera vuelos con escalas largas, pero aun así siente que el gasto sigue siendo excesivo. Y aunque entiende que parte del costo se debe a factores inevitables, no deja de pensar que gran parte del precio está inflado artificialmente.

Incluso ha visto casos de vuelos que, con escalas, cuestan mucho menos que el vuelo directo a ese mismo destino. Esto le parece una contradicción absurda: más tiempo de vuelo y más combustible pueden terminar costando menos que un trayecto directo, simplemente porque la ruta menos conveniente no es tan demandada.

Achtungato cree firmemente que viajar no debería ser un lujo reservado para unos pocos, sino una experiencia accesible para la mayoría. Las aerolíneas podrían encontrar un equilibrio entre cubrir sus gastos y ofrecer precios razonables, pero mientras el sistema actual continúe, quienes sueñan con conocer el mundo deberán seguir enfrentándose a cifras que parecen sacadas de otro planeta.

En última instancia, para Achtungato, lo que más duele no es solo el gasto económico, sino la sensación de que se limita una de las experiencias más enriquecedoras que un ser vivo puede tener: descubrir nuevas culturas, paisajes y formas de vida. Viajar debería ser un puente que acerque a los pueblos, no una barrera económica que los separe.

Por ahora, seguirá soñando con esos viajes, esperando que algún día los precios bajen lo suficiente para que tomar un avión al extranjero no sea sinónimo de vaciar la billetera.


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