sábado, 5 de julio de 2025

¿Es necesaria la tesis para obtener el título profesional?

En una mesa cubierta de libros, apuntes y papeles desordenados, se encontraba una carpeta gruesa con el título provisional de un trabajo que parecía interminable. Era el proyecto que decidiría si Achtungato podría finalmente obtener su ansiado título como doctor profesional. La palabra “tesis” resonaba como un eco constante en su mente, un recordatorio de que, aunque todo el recorrido académico estuviera completado, aún quedaba ese último obstáculo.

El requisito de la tesis siempre había sido motivo de debate entre estudiantes y profesionales. Para algunos, era una prueba necesaria que medía la capacidad de investigación, el orden lógico de las ideas y la profundidad en el análisis de un tema. Para otros, era simplemente un trámite burocrático innecesario, que consumía tiempo y energía que podrían invertirse en la práctica profesional.

En el caso de Achtungato, la situación le generaba un fastidio particular. Después de años de estudio, incontables horas en clases, prácticas y evaluaciones, se encontraba ante un reto que no consistía en aprender algo nuevo, sino en demostrarlo por escrito, con normas estrictas, formatos rígidos y exigencias que parecían más enfocadas en la forma que en el fondo.

El problema no era la investigación en sí. De hecho, le gustaba buscar información, leer sobre el tema y encontrar datos relevantes. Lo que lo agotaba era la estructura obligatoria, los interminables capítulos, las citas con reglas que variaban según la institución y las revisiones constantes de asesores que a veces parecían más críticos con la presentación que con el contenido.

Sabía que sin esa tesis, el título profesional no llegaría. No importaba que tuviera excelentes calificaciones, reconocimientos académicos o experiencia en su campo. El sistema era claro: sin tesis aprobada, no había título. Y sin título, las puertas a oportunidades más grandes quedaban cerradas o, en el mejor de los casos, apenas entreabiertas.

Había escuchado historias de compañeros que abandonaron el proceso justo en esta etapa. Algunos se desanimaban por la magnitud del trabajo, otros no podían compatibilizarlo con sus empleos, y unos más se perdían en los detalles técnicos de la redacción. Sin embargo, también conocía a quienes lograban terminarla y describían la sensación de alivio al recibir el documento con la aprobación final.

En los momentos de mayor frustración, Achtungato se preguntaba si en realidad era indispensable este requisito. Después de todo, muchos países y universidades habían optado por otros sistemas de graduación, como proyectos prácticos, exámenes finales integrales o presentaciones orales. Pero en su caso, la regla era inamovible: tesis o nada.

Decidió entonces que, aunque el proceso no le gustara, lo cumpliría. No lo hacía por gusto, sino porque era el paso necesario para alcanzar lo que había buscado durante tantos años: ser reconocido oficialmente como doctor profesional. La motivación no estaba en el amor por la tesis, sino en el objetivo final.

Organizó su tiempo con disciplina. Cada día dedicaba unas horas a avanzar, revisando bibliografía, redactando secciones y ajustando detalles según las observaciones de su asesor. Hubo días en los que las ideas fluían sin esfuerzo, y otros en los que pasaba horas frente a la pantalla sin poder escribir una sola línea útil. Era un camino irregular, pero cada paso lo acercaba más a la meta.

Mientras trabajaba, no podía evitar reflexionar sobre el valor real de lo que estaba haciendo. Sabía que, una vez obtenida la aprobación, probablemente no volvería a leer el documento completo. Su utilidad principal sería haber sido el puente hacia el título. Y aunque la investigación podía tener aportes interesantes, la realidad era que muchas tesis terminaban olvidadas en archivos digitales o estanterías polvorientas.

La contradicción era evidente: un requisito tan exigente, destinado a demostrar la capacidad profesional, terminaba muchas veces convertido en un formalismo. Sin embargo, esa era la norma, y lo único que podía hacer era cumplirla lo mejor posible.

En los días más duros, se recordaba a sí mismo que la tesis no duraría para siempre. Era un esfuerzo concentrado en un periodo limitado, y que después vendría la satisfacción de haber superado la última barrera académica. Se imaginaba recibiendo el título, firmando con orgullo como doctor profesional y cerrando ese capítulo de su vida con un suspiro de alivio.

Poco a poco, el documento fue tomando forma. Las páginas se acumulaban, los capítulos se completaban y las observaciones disminuían. Lo que antes parecía una montaña imposible de escalar, comenzaba a verse como un camino que, aunque cansado, tenía un final a la vista.

Llegó el día de la entrega final. Con el trabajo impreso y encuadernado, Achtungato lo llevó a la oficina correspondiente. Sentir el peso físico de esas páginas en sus manos era como cargar la suma de todo el esfuerzo invertido. Ya no quedaba nada más que esperar la respuesta oficial.

Semanas después, recibió la confirmación: la tesis estaba aprobada. No hubo celebración ruidosa, pero sí una satisfacción silenciosa y profunda. El fastidio inicial no había desaparecido, pero había sido superado por la certeza de que valió la pena. El título de doctor profesional estaba asegurado, y con él, la posibilidad de ejercer con total reconocimiento.

En retrospectiva, la experiencia le dejó una mezcla de sentimientos. Por un lado, seguía pensando que el sistema podría modernizarse y ofrecer alternativas menos pesadas para demostrar la competencia profesional. Por otro, entendía que la tesis, con todos sus defectos, había sido también una prueba de perseverancia y compromiso.

Así, guardó una copia del documento en un lugar especial, no por el valor práctico que tendría en el futuro, sino como símbolo de que, incluso en los procesos más tediosos, la constancia puede más que el desánimo. Y aunque nunca dejó de sentirse fastidiado por la obligatoriedad del requisito, también supo que había hecho lo necesario para abrir la puerta al siguiente capítulo de su vida.


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