Achtungato siempre había sido un gato curioso y con hambre de conocimiento. Desde sus días escolares, soñaba con estudiar una carrera universitaria que lo ayudara a crecer tanto personal como profesionalmente. Sin embargo, al llegar el momento de elegir dónde continuar sus estudios, se enfrentó a una de las decisiones más comunes entre los jóvenes: ¿optar por una universidad estatal o por una privada?
En su país, la universidad estatal tenía fama de ofrecer educación de calidad con costos muy bajos, a veces prácticamente simbólicos. Sin embargo, esa accesibilidad económica hacía que la competencia para ingresar fuera feroz. El filtro principal era el examen de admisión, una prueba que evaluaba conocimientos en distintas materias y que no era nada sencilla. Achtungato veía cómo muchos estudiantes, incluso algunos muy aplicados, se preparaban durante meses o incluso años para poder aprobarla.
Cada vez que se abrían las inscripciones para el examen, el panorama se repetía: miles de aspirantes para un número limitado de vacantes. El resultado era que muchos no lograban entrar, debían esperar el siguiente ciclo y, mientras tanto, perdían tiempo valioso que podrían haber usado para avanzar en sus estudios. Achtungato escuchaba las historias de amigos y conocidos que habían intentado dos, tres o hasta cuatro veces antes de lograr un cupo en la estatal.
Él admiraba la perseverancia de quienes lograban entrar a una universidad estatal. Sabía que una vez dentro, la formación académica era sólida y, además, el costo casi inexistente aliviaba la carga económica de las familias. Pero también entendía que no todos podían darse el lujo de esperar tanto tiempo para iniciar una carrera. En su caso, el tiempo era importante: no quería perder uno o dos años intentando aprobar un examen cuando podía estar estudiando y avanzando en su formación.
Por otro lado, la universidad privada ofrecía una ruta más directa. Generalmente no exigía un examen de admisión tan riguroso; en muchos casos, bastaba con aprobar una prueba más sencilla o presentar documentos escolares. Claro que la diferencia estaba en el costo: se debía pagar una matrícula y luego mensualidades que, dependiendo de la institución, podían ser bastante elevadas.
Achtungato evaluó la situación con detenimiento. Él podía trabajar a medio tiempo para ayudar a cubrir los gastos y, con el apoyo de su familia, pagar la mensualidad de una universidad privada reconocida. Además, tenía en mente una carrera específica y sabía que en esa universidad privada existían docentes con experiencia en el campo, laboratorios bien equipados y convenios con empresas para realizar prácticas preprofesionales.
Mientras veía a sus amigos seguir preparándose para el examen de la estatal, él decidió dar el salto y matricularse en la privada. No fue una decisión tomada a la ligera; hizo una lista de pros y contras para asegurarse de que estaba haciendo lo correcto.
Achtungato sabía que la clave sería la disciplina. Si iba a invertir en una universidad privada, debía sacar el máximo provecho a cada curso y cada clase. Su mentalidad cambió desde el primer día: no iba solo a “pasar” las materias, sino a absorber la mayor cantidad de conocimiento posible y a construir relaciones profesionales que le sirvieran en el futuro.
Mientras sus amigos aún esperaban el siguiente examen de la estatal, él ya estaba cursando su primer ciclo, con profesores que le hablaban no solo de la teoría, sino también de la práctica laboral real. Tenía acceso a talleres, conferencias y actividades extracurriculares que lo motivaban a seguir aprendiendo.
Claro que el esfuerzo económico se sentía. Todos los meses debía organizar sus finanzas, pagar la mensualidad a tiempo y destinar un presupuesto para materiales y transporte. Sin embargo, sabía que esa inversión era precisamente eso: una apuesta a su propio futuro.
Al cabo de un año, Achtungato comenzó a notar una diferencia importante. Mientras algunos de sus amigos recién lograban ingresar a la estatal y apenas empezaban clases, él ya había avanzado varios cursos y estaba cada vez más cerca de realizar sus primeras prácticas profesionales. Esa ventaja de tiempo podría traducirse en experiencia laboral acumulada y, por ende, mejores oportunidades más adelante.
Con el paso del tiempo, llegó a una conclusión personal: no existe una respuesta única a la pregunta “¿universidad estatal o privada?”. Cada persona debe tomar la decisión según sus circunstancias. Para quienes cuentan con recursos económicos y quieren avanzar rápido, una privada reconocida puede ser la mejor opción. Para quienes priorizan minimizar costos y están dispuestos a prepararse intensamente para un examen de ingreso, la estatal ofrece una educación excelente a un precio mínimo.
En su caso, elegir la privada le permitió no quedarse estancado, empezar a formarse de inmediato y aprovechar al máximo los recursos que la institución le brindaba. Además, al ser una universidad conocida, sentía que el prestigio de su título podría abrirle más puertas en el futuro.
Cuando hablaba con los más jóvenes que se le acercaban para pedirle consejo,
siempre les decía:
—Analicen bien su situación. Si pueden esperar y pasar el examen de la estatal,
háganlo. Pero si lo que necesitan es empezar ya y tienen cómo financiarlo, la
privada puede ser una gran inversión.
Así, Achtungato siguió adelante con sus estudios, satisfecho de no haber perdido tiempo y convencido de que lo más importante no era solo el lugar donde estudiara, sino lo que él hiciera con las oportunidades que tenía en sus patas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario