Achtungato siempre había tenido un gran interés por aprender cosas nuevas. Desde pequeño, en sus días de escuela, soñaba con llegar a estudiar una carrera que le permitiera no solo ganar buen dinero, sino también sentirse orgulloso de su trabajo. Sin embargo, al terminar la secundaria felina, se encontró frente a una decisión que muchos enfrentan: ¿estudiar en una universidad o en un instituto?
Él sabía que la universidad era vista por muchos como el camino “tradicional” hacia el éxito. Carreras largas, títulos profesionales, investigación profunda, profesores con amplia experiencia y la posibilidad de especializarse en temas muy específicos. Sonaba bien, pero también implicaba tiempo y dinero. La universidad demandaba entre cinco y seis años de estudio, sin contar prácticas, proyectos finales y, en algunos casos, tesis. Achtungato entendía que, durante todo ese tiempo, no podría generar ingresos significativos si se dedicaba solo a estudiar.
Por otro lado, el instituto ofrecía carreras técnicas más cortas, usualmente de dos a tres años, enfocadas en lo práctico. Allí no se profundizaba tanto en la teoría, pero se aprendía a hacer las cosas de forma directa. Además, con un título técnico, uno podía ingresar al mercado laboral rápidamente y ganar experiencia real. Achtungato sabía que eso era tentador, porque le permitiría trabajar, ahorrar e incluso ayudar a su familia antes que si fuera por la vía universitaria.
Después de pensarlo mucho, ideó un plan que combinaba lo mejor de ambos mundos. Primero estudiaría en un instituto, para conseguir un título técnico y empezar a trabajar. Luego, con ese conocimiento y experiencia, podría convalidar materias en la universidad y completar una carrera profesional más adelante, sin empezar desde cero.
Así lo hizo. Entró a un instituto especializado en administración y gestión de negocios, un campo que siempre le había interesado. Las clases eran dinámicas, los grupos pequeños y los profesores enseñaban con ejemplos reales. No había tanta teoría complicada, sino tareas y ejercicios que se parecían mucho a lo que uno haría en un trabajo real. En dos años, ya tenía su diploma técnico y, mejor aún, había aprendido a desenvolverse en el mundo laboral.
Gracias a ese título, consiguió un empleo que le permitió empezar a generar ingresos. No era un trabajo soñado, pero sí le daba independencia económica y la satisfacción de aplicar lo que había aprendido. Además, pudo ayudar a su familia y ahorrar para el siguiente paso: la universidad.
Cuando se sintió listo, inició el proceso de convalidación de cursos. No fue rápido ni sencillo. Tuvo que reunir certificados, programas de estudio y demostrar que había aprobado materias equivalentes a las de la universidad. Algunas fueron aceptadas y otras no, pero igual logró reducir el tiempo total que tendría que pasar en la universidad.
Ya dentro de la universidad, notó las diferencias. Las clases eran más largas y profundas, los trabajos más exigentes y la competencia académica más alta. A veces, los temas eran puramente teóricos y parecían lejanos a la práctica, pero Achtungato se daba cuenta de que esa base teórica le ayudaba a entender mejor el porqué de las cosas que ya hacía en su trabajo.
Su ventaja era clara: mientras muchos de sus compañeros nunca habían trabajado en el área que estudiaban, él ya tenía experiencia laboral y sabía cómo se aplicaban ciertos conceptos en la vida real. Esto le daba seguridad y le permitía destacar en las evaluaciones y proyectos. Incluso podía explicar a sus compañeros ejemplos prácticos que los ayudaban a comprender mejor algunos temas.
Además, podía seguir trabajando mientras estudiaba en la universidad, lo que le permitía pagar sus estudios sin endeudarse. Esa era otra gran diferencia entre haber elegido solo la universidad desde el inicio o seguir su plan de instituto primero.
Con el tiempo, Achtungato fue reflexionando sobre las ventajas y desventajas de cada opción. El instituto, en su experiencia, era ideal para quienes querían ingresar rápido al mercado laboral, aprender habilidades prácticas y no perder demasiado tiempo antes de empezar a ganar dinero. Sin embargo, sus títulos tenían un límite: en muchas empresas, para aspirar a cargos más altos o especializados, se exigía un título universitario.
La universidad, en cambio, era más lenta para dar resultados inmediatos, pero ofrecía más reconocimiento, profundidad académica y mejores posibilidades de ascenso a largo plazo. También abría puertas para trabajos en investigación, docencia o sectores donde el título profesional es obligatorio.
Por eso, para Achtungato, la mejor decisión había sido combinar ambas. Si hubiese ido directo a la universidad, habría tardado muchos años en empezar a trabajar en su área. Si se hubiera quedado solo con el instituto, habría limitado sus opciones de crecimiento a futuro. Pero al hacer primero lo técnico y luego lo universitario, pudo ganar experiencia, independencia y un título profesional, todo en un tiempo más eficiente.
Su historia se convirtió en un consejo recurrente para los jóvenes felinos
que le preguntaban qué camino tomar. Él siempre respondía lo mismo:
—No existe una única respuesta correcta. Todo depende de tu situación, tus
metas y tus recursos. Si tienes claro lo que quieres hacer, busca el camino que
te lleve ahí de la manera más inteligente posible.
Achtungato sabía que en la vida laboral real, tanto las habilidades prácticas como la formación académica eran importantes. La teoría sin práctica se quedaba corta, y la práctica sin teoría podía limitarte. Por eso, animaba a no ver el instituto como un “plan B” ni la universidad como el único camino. Ambos eran herramientas, y uno debía aprender a usarlas a su favor.
Al final, cuando obtuvo su título universitario, sintió una satisfacción doble. No solo había logrado el objetivo académico, sino que lo había hecho sin sacrificar su desarrollo profesional ni su estabilidad económica. Ese equilibrio era, para él, el verdadero éxito.
Y así, Achtungato demostró que no hay que pensar en “universidad o instituto” como una guerra entre opciones, sino como dos caminos que, si se combinan con estrategia, pueden llevarte más lejos de lo que imaginas.
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